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Haciendo memoria de mi juventud y las aventuras y desventuras vividas me acuerdo de mi primera vez en el metro.

En la Ciudad de México hay distintos medios de transporte público, casi siempre uno peor que otro sin embargo el metro es el más eficiente y de los más económicos que existen. Transporta en promedio al día 2897156 personas, consume alrededor de más de 660 millones de kilowatts y funciona los 365 días del año.

Yo conocí al metro en los noventas, entre primero y segundo grado de secundaria. La razón fue porque mi taller de tecnología era electrónica y el profesor nos pidió adquirir algunos componentes muy específicos que en Xochimilco la tienda de electrónica no poseía. Mi padre trabajaba todo el día y mi madre aunque ama de casa tenía sus ocupaciones. Por lo que no había alguien más que pudiera acompañarme en mi excursión. He de mencionar que ahora de grande veo que mi mente de adolescente aún era primitiva y la razón de la preocupación de los padres de que sus cachorros se desenvuelvan en la jungla de asfalto están justificada. Antes de ir a lo desconocido me informe. Mi madre que sabía moverse en metro más que mi padre pues el era más de ir en coche me dio indicaciones claras y precisas de dónde bajarme, hacia donde dar vuelta, en qué fijarme estando afuera de la estación, guardar bien mi dinero, etc. Con esa guía memorice los pasos y me arroje a la aventura. Lo más impactante para quien no conoce ese transporte es la cantidad de personas que hay en la estación. Es muy fácil distraerse con la marea de gente: niños llorando o riendo, mamás molestas llamando la atención de esos niños, personas que caminan muy aprisa pues deben llegar a sus destinos, puestos en el piso de los vendedores ambulantes y gente igual de asombrada y desorientada que tú. Al entender cómo es el proceso de acceso al andén y observar el ritual para el abordaje de los vagones viene la lucha por el asiento vacío. Antes no éramos tantos viviendo en esta ciudad pero la lucha se daba en ciertos vagones o con algunos asientos. Ya ahí el ambiente es parecido al de los camiones de pasajeros del transporte público. Te sujetas en una barra metálica superior que está frente a los asientos y a lo largo del vagón en lo que sería un pasillo central. Al estar lleno te mueves a empujones, jalones y una que otra mentada de madre. Además, debias sortear a los vendedores ambulantes que a veces subían de dos o tres y reducían tu radio de acción. Bajo esta premisa debías levantarte antes de llegar a tu destino para tener el tiempo suficiente para plantarte en la puerta de salida/acceso o de menos cerca de ella. Todo esto se realiza sin olvidar lo más importante, ¿Cuál es mi destino? Pues es común que los pasajeros se queden dormidos, que confundan estaciones o que se levanten tarde de su asiento y no consigan salir del vagón en la estación. Esto es un proceso mecanizado por las personas que emplean este transporte día con día.

Yo no tuve problemas en conseguir mis componentes en Republica del Salvador y regresar por el mismo camino que tome para llegar ahí. Esa emoción de ir sin la protección o guía de alguien más se va difuminando conforme viajas regularmente hasta el punto en qué eres otro zombie urbano que sin la rapidez de este transporte sería muchísimo más tardado llegar al destino esperado.

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